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jueves, 6 de noviembre de 2014

LA EXPLOSIÓN DE UNA NOVA.

En el pasado remoto el universo era muy diferente: las fusiones de galaxias eran habituales y en sus núcleos se formaron gigantescos agujeros negros, de miles de millones de masas solares que, al absorber el gas de su entorno, comenzaron a emitir energía. Estos cuásares, objetos muy lejanos y tremendamente energéticos, tienen un pariente local mucho menos energético cuya existencia plantea varias cuestiones: ¿existen también a grandes distancias cuásares "tranquilos"? ¿son los segundos versiones ya apagadas de los primeros o se trata de objetos diferentes?

La luz de los cuásares distantes ha tardado miles de millones de años en alcanzarnos, de modo que estamos viendo el pasado del universo. "Los astrónomos siempre hemos querido comparar pasado y presente, pero esto ha resultado casi imposible porque a grandes distancias solo podemos ver los objetos más brillantes -apunta Jack W. Sulentic, astrónomo del Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC), en España, que encabeza la investigación-. Hasta ahora hemos comparado cuásares lejanos muy luminosos con los cercanos y débiles, lo que equivale a comparar las bombillas de casa con los focos de un estadio de fútbol".

Los cuásares parecen mostrar una evolución con respecto a la distancia ya que, según nos alejamos, los cuásares poco luminosos de nuestro entorno van dejando paso a objetos cada vez más brillantes. Esto podría deberse a un proceso evolutivo, que indicaría que los cuásares se apagan con el tiempo, o a un simple sesgo observacional que enmascarara otra realidad: los cuásares monstruosos y de rápida evolución, muchos ya extintos, conviven con una población tranquila que evoluciona a un ritmo mucho más pausado pero que, debido a las limitaciones tecnológicas, aún no hemos sido capaces de investigar.

Para resolver esta cuestión era necesario buscar a grandes distancias cuásares de baja luminosidad y comparar sus características con las de los cuásares cercanos con igual luminosidad. Algo hasta ahora complicado, porque exige observar objetos unas cien veces más débiles que los que estamos acostumbrados a estudiar a esas distancias.

Gracias a la resolución del Gran Telescopio Canarias, Sulentic y su equipo han podido obtener por primera vez datos espectroscópicos de cuásares distantes y poco luminosos con la calidad necesaria para poder determinar sus parámetros esenciales, como su composición química, la masa del agujero negro central o el ritmo al que este va absorbiendo materia.

"Hemos podido confirmar que, en efecto, además de los cuásares muy energéticos y de evolución rápida, existe una población de desarrollo lento. Tanto, que no parece existir una fuerte evolución entre los cuásares de este tipo que vemos en nuestro entorno y aquellos que comenzaron a brillar hace más de diez mil millones de años", apunta Ascensión del Olmo, investigadora del IAA-CSIC que participa en el estudio.

Sí que han hallado, no obstante, una diferencia dentro de esta población de cuásares tranquilos. "Los cuásares locales muestran una mayor proporción de elementos pesados, como aluminio, hierro o magnesio, que sus análogos distantes, lo que evidencia un enriquecimiento producido por el nacimiento y muerte de las sucesivas generaciones de estrellas", destaca Jack W. Sulentic (IAA-CSIC). "Este resultado constituye un excelente ejemplo de las nuevas ventanas al universo que está proporcionando la nueva clase de grandes telescopios como GTC", concluye el investigador.



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Posted: 05 Nov 2014 12:00 AM PST
Un equipo de astrónomos de la Universidad de Sidney ha conseguido, por primera vez, tomar imágenes de la "bola de fuego" termonuclear de una nova en plena explosión. Nunca antes se había captado esta clase de erupciones estelares en el mismo momento en que se producen. La investigación acaba de publicarse en Nature. El acontecimiento se produjo el año pasado en la constelación del Delfín, a quince mil años luz de la Tierra.

Peter Tuthill, del Instituto de Astronomía de la Universidad de Sidney y coautor de la investigación, afirma que "a pesar de que las novas solo juegan un papel secundario en el imaginario popular con respecto a sus primas más famosas (las supernovas), siguen siendo un fenómeno celeste realmente notable".

El término "nova" (que procede del latín "nuevo") fue acuñado en el siglo XVI por el famoso astrónomo danés Tycho Brake, que fue el primero en darse cuenta de que los aparentemente invariables patrones que dibujan en el cielo las "estrellas fijas" pueden, sin previo aviso, ser alterados por la aparición de brillantes intrusos que resplandecen durante días, o incluso semanas, antes de desaparecer gradualmente.

En la actualidad, los astrónomos han logrado identificar a los "culpables" de estas deflagraciones estelares. Se trata de una clase de estrellas exóticas, muy compactas, llamadas enanas blancas, que normalmente forman parte de un sistema binario. Es decir, que tienen una estrella compañera. Debido a su gran densidad, las enanas blancas poseen un intenso campo gravitatorio que, a menudo, es lo suficientemente fuerte como para "arrancar" materia de sus "partners", normalmente estrellas más grandes y estables.

"Como si se tratara de un mosquito estelar -explica Tuthill- la enana blanca absorbe continuamente hidrógeno de su compañera, formando un auténtico océano ardiente alrededor de su superficie. Tras absorber una gran cantidad de materia de su acompañante (equivalente a la que tiene el planeta Saturno), la presión alcanza un punto crítico y la estrella explota. La superficie estelar se convierte en una gigantesca bomba de hidrógeno que lanza una enorme bola de fuego al espacio y convierte un sistema estelar que antes era poco brillante en una nova que brilla enormemente en nuestros cielos".

"La velocidad de la expansión - prosigue el investigador- es impresionante. Tanto, que es capaz de abarcar una región del tamaño de la órbita de la Tierra en un solo día, y una incluso mayor que la del planeta Júpiter en menos de dos semanas. A pesar del enorme tamaño de esta bola de fuego, y debido a la gran distancia a la que se encuentra esta estrella (quince mil años luz), ha sido necesaria una tecnología muy especial para ser capaces de distinguirla".

Vicente Maestro, también de la Universidad de Sidney y otro de los firmantes del artículo de Nature, afirma: "Somos realmente afortunados por colaborar con el equipo del observatorio CHARA, en el sur de California. Ellos son capaces, utilizando lo último en tecnología, de llevar a cabo las mediciones exquisitamente detalladas que son necesarias para contemplar esta clase de eventos. El desafío técnico ha requerido un grado de ampliación equivalente al necesario para distinguir una flor en Algeciras, mi ciudad natal, desde Sidney, a una distancia de 12.000 km."

Gail Schaefer, de la Universidad Estatal de Georgia, director del equipo de investigadores que llevó a cabo las mediciones, afirma por su parte que "estoy tremendamente excitado de ver una nova creciendo un poco más a cada noche de observación. Es la primera vez que los astrónomos hemos sido capaces de vislumbrar una bola de fuego en expansión como si estuviera aquí mismo, en lugar de muy lejos en la galaxia".

Los datos obtenidos permitirán determinar con gran exactitud cómo evolucionan estas bolas de fuego a medida que el gas se expande y se enfría. Algo que supera con mucho las simulaciones que los astrónomos han utilizado hasta ahora.

Quizá lo más sorprendente de todo sea que, a pesar de la violencia de la detonación en la superficie de la enana blanca, la estrella misma no ha sufrido grandes daños, y continúa zumbando alrededor de su compañera, como un molesto y persistente mosquito que sigue absorbiendo y acumulando materia hasta que, en el futuro, el mismo fenómeno vuelva a repetirse.

En el caso particular de esta nova, otra explosión parecida a la captada por los investigadores no volverá a producirse a lo largo de nuestras vidas. Pero en la galaxia existen muchos otros sistemas binarios de estrellas como este, esperando a que llegue su momento de gloria para brillar en nuestro cielo nocturno. Y cuando eso suceda, los astrónomos estarán preparados para observarlo.



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