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domingo, 18 de agosto de 2013

MARTE Y MEDIDAS DE ESTRELLAS.

Si hubiese vida en Marte, no sería descabellado creer que esas supuestas especies marcianas pudieran compartir raíces genéticas con formas de vida de la Tierra.

Hace más de 3.500 millones de años, un bombardeo de meteoritos acribilló todo el sistema solar, haciendo, entre otras cosas, que fragmentos de Marte arrancados por las colisiones fuesen a parar a la Tierra, y viceversa. La existencia de vida primitiva en uno u otro mundo en aquella época pudo hacer que algunos de esos microorganismos primigenios, transportados dentro de meteoritos, se convirtieran en los progenitores de las especies vivas surgidas en el otro planeta.

Tanto si el Primer Ancestro de la vida de nuestro mundo nació en Marte, como si el Primer Ancestro de la hipotética vida marciana nació en la Tierra, el caso es que podría darse el caso de que si hay o hubo vida microbiana en Marte, ésta tenga similitudes genéticas claras y delatadoras con algunos microorganismos terrestres, sus parientes evolutivos más próximos fuera del planeta.

Esta teoría despierta un gran interés en el equipo de Christopher Carr y Maria Zuber, del MIT, y Gary Ruvkun del Hospital General de Massachusetts, quienes están construyendo un secuenciador de ADN que esperan que algún día no muy lejano sea enviado a Marte, donde podrá analizar muestras de tierra y de hielo para buscar vestigios de ADN y otro tipo de material genético.

Ahora, dando un paso hacia tal objetivo, Carr y sus colegas del MIT, la Universidad de Harvard y el Hospital General de Massachusetts, han expuesto el corazón de su herramienta, un microchip secuenciador de ADN, a dosis de radiación similares a las que cabe esperar que reciba un robot durante una expedición a Marte. Después de la exposición a tal radiación, incluyendo protones e iones pesados de oxígeno y de hierro, el microchip analizó una cepa de prueba de la bacteria E. coli, identificando con éxito su secuencia genética.

Estos resultados muestran que el microchip puede sobrevivir hasta dos años en el espacio, tiempo suficiente para llegar a Marte y recolectar datos allí durante un año y medio.

Cualquier forma de vida actual en Marte, o los restos de formas que vivieron en el pasado, sólo pueden perdurar si están protegidos en el subsuelo. La superficie de Marte es demasiado hostil. La atmósfera del planeta, compuesta principalmente por dióxido de carbono, es 100 veces más tenue que la de la Tierra, por lo que tiene muy poca capacidad de mantener el calor; las temperaturas pueden caer hasta 125 grados centígrados bajo cero (195 grados Fahrenheit bajo cero). Además, sin la función de escudo contra radiaciones que ejerce la atmósfera de la Tierra gracias a ser más espesa, la atmósfera de Marte no logra impedir que la superficie reciba grandes dosis de radiación, capaces no solo de estropear la electrónica que no esté protegida, sino también de degradar las estructuras biológicas.

Cada vez hay más indicios de que el subsuelo de Marte no es muy diferente de la de la Tierra, el cual alberga microbios hasta profundidades considerables. Los resultados obtenidos hasta ahora por el robot Curiosity, que actualmente explora terrenos marcianos, sugieren que por debajo de la superficie del Planeta Rojo existe un ambiente seco y frío, pero por lo demás provisto probablemente con todas las condiciones principales requeridas para la vida.

Para detectar tal tipo de vida subterránea mediante perforaciones y análisis de las muestras extraídas, un instrumento secuenciador de ADN trabajando en la superficie marciana debería soportar cambios notables de temperatura y una exposición constante a la radiación espacial. Tal exposición podría causar que los circuitos funcionasen mal, con consecuencias tales como por ejemplo falsas detecciones, o contabilizar en las secuencias verdaderas bases extras inexistentes.

En estudios previos, Carr y sus colaboradores han constatado que los reactivos utilizados en la secuenciación de ADN pueden también soportar niveles de radiación similares a los aguantados por el chip, sin ver alterado su funcionamiento. Carr considera que estos resultados, en su conjunto, sugieren que la secuenciación genética fuera de la Tierra puede ser un proceso viable.

Aparte de en Marte, tal como razona Carr, la secuenciación de ADN puede ser de gran interés en astros que al parecer albergan un océano líquido bajo su superficie y que podrían acoger formas de vida o restos de vida extinta, como es el caso de la luna de Júpiter llamada Europa, e incluso Encélado, una luna de Saturno que se cree que podría ser habitable en su interior, y que soporta una radiación mucho menos intensa.



Fuente


Web http://grupogabie.blogspot.com/


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R.a.d.i.o.: Red Argentina de Investigación Ovni
R.a.a.o.: Red Argentina Alerta Ovni
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Posted: 17 Aug 2013 11:00 AM PDT
Un equipo de astrónomos, liderados por un miembro de AstroMadrid que trabaja en el Centro de Astrobiología (CSIC-INTA), ha desarrollado un sondeo automático para calcular, con una precisión nunca antes alcanzada en áreas tan grandes, el movimiento de estrellas y enanas marrones en grupos estelares cercanos.

Todas las estrellas de la Vía Láctea están en movimiento. Todas orbitan lentamente alrededor del centro galáctico, pero también se mueven en direcciones aleatorias dependiendo de su origen y su historia. La Vía Láctea incluye estructuras a gran escala como cúmulos, regiones de formación estelar y asociaciones de estrellas que combinan estrellas muy masivas con otras de menor masa, como las denominadas asociaciones OB.

Se trata de grandes conjuntos cuyas estrellas se espera compartan ciertas características por el hecho de estar juntas. De hecho, se cree que la mayor parte de las estrellas del Universo se han formado en estos grupos, por lo que son áreas de estudio muy importantes.

Asumiendo que las estrellas de un cúmulo nacieron juntas a partir de la misma nube molecular, es lógico pensar que todas tienen el mismo movimiento global y se mueven, aproximadamente, a la misma velocidad y en la misma dirección. Por tanto, si se pudiera medir el movimiento de todas las estrellas de la galaxia, sería posible identificar a los miembros de un cúmulo simplemente localizando, en una región, las estrellas que se mueven a la misma velocidad y en la misma dirección.

Pero además de permitir la identificación de miembros del cúmulo, el movimiento guarda importantes claves sobre la historia y el nacimiento de los miembros de un grupo de estrellas y ofrece una oportunidad única para poner a prueba las predicciones de los diversos modelos de formación y evolución estelar.

Para medir el movimiento de las estrellas solo se necesitan, en principio, dos observaciones separadas por un periodo de tiempo determinado. Pero la mayor parte de las estrellas se mueven tan despacio que serían necesarias observaciones de cientos de años para poder detectar su movimiento.

Para salvar este escollo, los astrónomos desarrollaron métodos muy sofisticados con el fin de medir con gran precisión la posición de las estrellas. Hasta hace poco, estas complejas medidas del movimiento se hacían en pequeñas áreas del cielo y con una precisión limitada, pero con la creciente cantidad de datos era necesario desarrollar herramientas para medir la astrometría desde tierra de un modo más automático y preciso.

EL TRABAJO

El equipo liderado por el investigador del CSIC-INTA, Hervé Bouy, en el que participan también otros miembros del centro, ha desarrollado DANCe (Dynamical Analysis of Nearby ClustErs), un programa de sondeo cuya intención es derivar un censo amplio y homogéneo del contenido estelar y subestelar de un número de asociaciones jóvenes cercanas.

Aprovechando la gran ventaja que suponen las enormes bases de datos, que incluyen miles de imágenes obtenidas desde observatorios de todo el mundo a lo largo de más de una década, Bouy y su equipo han desarrollado este nuevo software capaz de computar el movimiento de las estrellas con una precisión sorprendente.

Sus herramientas alcanzan, de manera rutinaria, una precisión de 0,5 mas/año (milésimas de segundo de arco por año), lo que correspondería a poder detectar desplazamientos del tamaño de una moneda de un euro vista a unos 11.000 kilómetros de distancia (la misma que separa a Madrid de, por ejemplo, la ciudad de Tokio, en Japón). La robustez del software y la potencia de los superordenadores del CSIC-INTA, en Madrid, y del Instituto de Astrofísica de París, en Francia, les permiten cubrir áreas con tamaños que nunca antes se habían podido alcanzar: más de 400 veces el tamaño de la Luna llena.

El proyecto DANCe pretende complementar a la misión Gaia en el campo subestelar y en regiones con una alta extinción. La futura misión Gaia proporcionará una altísima precisión y un censo completo que incluirá numerosas propiedades de un elevado número de estrellas en todo el cielo (más de mil millones), pero no tendrá la sensibilidad necesaria para estudiar los objetos menos masivos e inmersos en el interior de uno de estos grupos de estrellas.

Aprovechando los sondeos de amplio campo llevados a cabo en las últimas décadas y pensando también en los que se harán en el futuro, DANCe proporcionará medidas muy precisas de movimiento propio para millones de estrellas en varias asociaciones cercanas.



Fuente


Web http://grupogabie.blogspot.com/


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