Posted: 27 Sep 2014 10:00 AM PDT
Por
alguna razón que no alcanzo a comprender, la mayoría de los humanos
tenemos la extraordinaria y engañosa convicción de ser el centro de
todas las cosas. De que todo lo que existe está hecho para nosotros y
está colocado ahí para nuestro uso y disfrute particular.
Extraña
creencia para una especie, la nuestra, que lleva en el planeta apenas
un par de millones de años… Nada, si los comparamos con los cerca de
4.000 millones de años que tiene la historia de la vida en la Tierra. Un
tiempo inimaginablemente largo, durante el que millones de especies han
surgido, reinado y desaparecido después para siempre.
Algunas de
esas especies, por supuesto, dominaron el mundo durante mucho más
tiempo que nosotros… Los dinosaurios, por ejemplo, fueron dueños
absolutos de tierra, mar y aire durante ochenta largos millones de años,
cuarenta veces más del tiempo que nosotros llevamos aquí… Y las
bacterias reinaron en solitario a lo largo de 3.000 inacabables millones
de años, la mayor parte de la historia misma de la vida en este
planeta. Aún en la actualidad, Archaea, el reino de las bacterias, es el
mayor y más extendido de todos los dominios de la vida terrestre. Algo
que, por cierto, ignorábamos hasta la década de los cincuenta del pasado
siglo…
Las criaturas complejas, las que están formadas por más
de una célula son, somos, un experimento relativamente nuevo de la
naturaleza. Si desaparecieran, si desapareciéramos de golpe todos los
mamíferos, las aves, los peces y las plantas, las bacterias seguirían
viviendo y transformando el mundo como siempre lo han hecho, sin haberse
siquiera dado cuenta de nuestro breve paso por él.
Hace
dos millones de años, ayer mismo, nuestros antepasados africanos medían
un metro veinte, estaban cubiertos de pelo y apenas si estaban
aprendiendo a ponerse de pie para caminar erguidos. ¿Somos realmente el
punto culminante de la evolución?
Evidentemente, algo tenemos que
tener si hemos logrado dominar la Tierra en un tiempo tan corto. La
cuestión está en saber durante cuánto tiempo seremos capaces de mantener
ese dominio. Tiendo a pensar que ese antropocentrismo casi enfermizo
que muchos padecemos se parece bastante al egoísmo innato de los niños
más pequeños. Somos una especie aún muy joven y lo tenemos casi todo por
aprender.
Por supuesto, nuestra necesidad de ser el ombligo del
mundo también se extendió al cielo. Durante siglos quisimos creer que la
Tierra era el centro de todo y que los demás astros giraban a su
alrededor. Galileo nos apartó del centro y puso al Sol en nuestro lugar.
Lo cual, por cierto, le valió ser perseguido y juzgado duramente por
las autoridades de su época, que le obligaron a retractarse públicamente
de sus ideas.
Pero ha sido el siglo XX, y lo que llevamos del
XXI, lo que nos ha apartado del centro de una forma brutal y definitiva.
La mayor parte de las personas de hoy en día saben que la Tierra no es
el centro de nada. Y que nuestro mundo es sólo uno más, el tercero
(después de Mercurio y Venus) de un pequeño sistema de planetas que
giran alrededor del Sol. Muchos, aunque no todos, saben también que ese
Sol al que debemos la vida no es más que una estrella corriente, de
tamaño medio, una entre los cientos de miles de millones de estrellas
similares que forman nuestra galaxia, la Vía Láctea, nuestro auténtico
hogar en la inmensidad del espacio.
Nuestro sol, con toda su
corte planetaria, Tierra incluida, resulta del todo indistinguible en el
conjunto, apenas un punto de luz entre millones de puntos idénticos, y
además ocupa una posición muy alejada del centro de la galaxia, en el
extremo exterior de uno de sus brazos espirales.
Algunos, los
menos, conocen también la existencia de otras galaxias, parecidas a la
nuestra, cada una con sus miles de millones de soles, muchos de ellos
con sus propios sistemas planetarios. Muchas de esas galaxias viajan en
solitario, otras forman grupos que a su vez se unen en grupos mayores,
salpicando el Universo entero, hasta sus mismísimos confines, con largos
filamentos luminosos hechos de grupos de galaxias y cuya estructura
recuerda la de la tela de una araña. El número total de esas galaxias
nos lleva, una vez más, al incómodo terreno de los billones. El total de
todo eso, solemos pensar, es el Universo en que vivimos.
Cierto,
pero no basta. Muy pocos, en efecto, son conscientes de que incluso
toda esa inmensidad que se abre ante nuestros ojos cada noche constituye
apenas una pequeña parte de lo que en realidad existe. Y es que el
Universo es mucho más de lo que se puede percibir a simple vista... o
incluso con el más poderoso de los telescopios.
De hecho, todo lo
que vemos, planetas, soles, galaxias... todo, apenas si es suficiente
para dar cuenta de un pequeño porcentaje de lo que el Universo, en
realidad, es. O, dicho más exactamente, los átomos ordinarios, los que
forman la materia “normal”, de la que nosotros y todo lo que podemos ver
está hecho, apenas constituyen el 4% del total de la masa del Universo.
En ese estrecho porcentaje caben la Tierra, el Sol, el sistema solar,
nuestra galaxia con todas sus estrellas y todas las demás galaxias que
alcancemos a ver con nuestros instrumentos de observación más potentes.
Sólo un 4%... Lo cual nos deja con un enorme 96% de... ¿De qué?
Otro tipo de materia
A
los científicos les gustaría mucho poder decir que esta cuestión está
resuelta. Pero no es así. Y no se trata tanto de averiguar si existen en
algún lugar materiales o aleaciones desconocidas para nosotros (lo cual
es muy probable), sino de saber si «allí arriba» hay algún «otro tipo
de materia» que «funcione» de forma completamente distinta a la que nos
es habitual.
Hemos encontrado ya dos pistas. La primera, una
misteriosa forma de materia que no brilla, no emite ningún tipo de
radiación y es completamente indetectable para nosotros. Sólo conocemos
su existencia por sus efectos gravitatorios sobre la materia ordinaria,
la que sí podemos ver, a la que obliga a moverse y contorsionarse de
forma aparentemente antinatural. La hemos llamado “materia oscura”, y ni
siquiera sabemos si está hecha de átomos… Lo que sí sabemos es que da
cuenta de otro 23% de la masa total del Universo, lo que significa que
es casi seis veces más abundante que la materia que forma las estrellas.
El
73% restante es, si cabe, aún más misterioso, y se cree que está
relacionado con una clase de energía, la llamada “energía oscura”, que
podría ser la responsable de que todo el Universo se esté expandiendo,
como sucede, cada vez más deprisa…
Qué lejos del centro nos han
empujado estos conocimientos. En apenas unos siglos hemos pasado de ser
el ombligo del Universo a un simple punto en un mar de puntos en el
extremo de una galaxia que navega entre billones de otras galaxias. Y,
por si fuera poco, incluso la materia de la que estamos hechos no es más
que un residuo, las cenizas de la sustancia, sea cual sea, que
realmente importa en el Universo.
¿Una lección de humildad?
Seguramente. Pero también, espero, el camino que nos sacará para siempre
de nuestros deseos infantiles para colocarnos en la realidad. Una
realidad cambiante, extraña y sobrecogedora que apenas estamos empezando
a conocer.
Pertenecientes a las redes de investigación
R.a.d.i.o.: Red Argentina de Investigación Ovni
R.a.a.o.: Red Argentina Alerta Ovni
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