Posted: 09 Jul 2014 11:00 AM PDT
Al
estudiar la truculenta infancia de estrellas parecidas a nuestro Sol
con el observatorio espacial Herschel de la ESA, los astrónomos han
descubierto que los poderosos vientos estelares podrían ser la clave
para resolver el misterio de los asteroides en nuestro Sistema Solar.
A
pesar de su pacífica apariencia en el cielo nocturno, las estrellas son
hornos abrasadores que entran en funcionamiento a través de violentos
procesos – y nuestro Sol, de 4.500 millones de años, no es una
excepción. Para poder analizar su dura infancia, los astrónomos recogen
pruebas en nuestro Sistema Solar y estudiando otras estrellas jóvenes de
nuestra Galaxia.
Un equipo de astrónomos, mientras utilizaba
los datos de Herschel para estudiar la composición química de las
regiones donde se están formando estrellas en la actualidad, descubrió
que una de ellas era diferente.
El inusual objeto es una
prolífica guardería estelar conocida como OMC2 FIR4, una aglomeración de
nuevas estrellas inmersas en una nube de polvo y gas cerca de la
conocida Nebulosa de Orión.
“Nos sorprendió descubrir que la
proporción de dos compuestos químicos, uno basado en el carbono y en el
oxígeno y el otro en el nitrógeno, era mucho menor en este objeto que en
cualquier otra protoestrella conocida”, explica Cecilia Ceccarelli, del
Instituto de Planetología y de Astrofísica de Grenoble, Francia, quien
dirigió este estudio junto a Carsten Dominik de la Universidad de
Ámsterdam, Países Bajos.
En
un entorno extremadamente frío, esta inusual proporción podría indicar
que uno de los componentes está congelado, formando granos de polvo y
volviéndose indetectable. Sin embargo, esto no debería ocurrir a las
temperaturas relativamente ‘altas’ que se pueden encontrar en las
regiones de formación de estrellas como OMC2 FIR4, de unos -200°C.
“La
causa más probable en este entorno sería un fuerte viento de partículas
muy energéticas, liberado por al menos una de las estrellas
embrionarias que se están formando en la región”, añade Ceccarelli.
Los
rayos cósmicos, unas partículas energéticas que impregnan toda la
Galaxia, pueden disociar las moléculas de hidrógeno, las más abundantes
en las nubes de formación de estrellas. Los iones de hidrógeno quedan
así libres para combinarse con otros elementos también presentes en su
entorno, aunque en una proporción mucho menor, como el carbono, el
oxígeno o el nitrógeno.
Normalmente los compuestos de nitrógeno
también se destruyen con rapidez, y el hidrógeno se vuelve a combinar
con el carbono y con el oxígeno. Al final, este último compuesto es
mucho más abundante que el primero en todas las guarderías estelares
conocidas.
Sin embargo, esto no sucede en OMC2 FIR4, lo que
sugiere que el viento de partículas energéticas está destruyendo las dos
especies químicas, manteniendo sus concentraciones a un nivel bastante
parecido.
Los astrónomos piensan que en el Sistema Solar
primitivo también sopló un viento igual de violento, y esta hipótesis
podría ayudar a explicar el origen de un elemento químico muy especial
detectado en los meteoritos.
Los meteoritos son los restos de
las rocas interplanetarias que han sobrevivido al viaje a través de
nuestra atmósfera. Estos mensajeros cósmicos son una de las pocas
herramientas que tenemos para estudiar directamente la composición de
nuestro Sistema Solar.
“Algunos de los elementos presentes en
los meteoritos indican que, hace mucho tiempo, estas rocas contenían una
forma de berilio. Esto es muy desconcertante, ya que no podíamos
entender cómo había llegado hasta ahí”, comenta Dominik.
La
formación de este isótopo – berilio 10 – en el Universo es un enigma de
por sí. Los astrónomos saben que no se forjó en el interior de las
estrellas, como muchos otros elementos, ni en las explosiones de
supernova que se producen cuando una estrella masiva llega al final de
su vida.
La mayor parte de berilio 10 procede de las colisiones
entre partículas muy energéticas y elementos más pesados, como el
oxígeno. Pero este isótopo decae rápidamente a otros elementos, por lo
que se tuvo que formar justo antes de impregnar las rocas que más tarde
llegarían a la Tierra como meteoritos.
Nuestro propio Sol
tendría que haber generado un intenso viento en su juventud para
desencadenar este tipo de reacciones y explicar la concentración de
berilio detectada en los meteoritos de nuestro Sistema Solar.
Estas
nuevas observaciones de OMC2 FIR4 constituyen una prueba sólida de que
las estrellas son capaces de producir este tipo de vientos en su
infancia.
“Observar regiones de formación de estrellas con
Herschel no sólo nos permite ver qué sucede más allá de nuestro
vecindario cósmico, también es una forma crucial de recomponer el pasado
de nuestro propio Sol y de nuestro Sistema Solar”, concluye Göran
Pilbratt, científico del proyecto Herschel para la ESA.
Fuente
Web http://grupogabie.blogspot.com/
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